Juana Ginzo
Carmen Mendoza y Pedro Pablo Ayuso en los 60
La magia de los dramáticos
Entre los ejercicios prácticos que la SER nos permitía a aquel grupo de privilegiados aprendices, estaba el que puede ser sin parecerlo, el más importante de todos: conocer de cerca cómo se hacían los dramáticos en radio. Lo que la gente llamaba “novelas”, y que en muchas ocasiones ponían en antena obras de teatro creado o no expresamente para el medio radiofónico. En la novena planta de Gran Vía 32, estaba el estudio grande de Radio Madrid. Era una ancha y extendida sala, donde se situaba un piano de cola más bien esquinado, pero que a pesar de su tamaño no parecía robar mucho espacio al descomunal estudio. Al fondo había algunas butacas de madera como aquellas de los viejos cines, unidas entre sí por un reposabrazos compartido, y pegadas a la pared. Luego, a lo largo y ancho de la sala se distribuían los micrófonos de bobina, de espectaculares dimensiones, y que pendían unos, de largas jirafas metálicas; otros estaban sujetos en pies verticales, lo que unido a la gran cantidad de cables daba un aspecto a la estancia, de extraña selva habitada por aquellos seres un poco especiales que eran los actores de la radio (todos dotados de voces privilegiadas): Cada uno se situaba tras el micrófono correspondiente guardando la distancia que el realizador y el guión les marcaba y consiguiendo que un paso atrás, se convirtiera en un plano distinto de la escena sonora. En otro ángulo se movía como un pulpo una especie de hombre orquesta que producía los ruidos más domésticos del modo más insospechado (los efectos especiales), fabricados artesanalmente con el golpeteo de cocos, el roce de trozos de madera o el choque de cacerolas usadas, arrugando al ritmo conveniente papel de celofán y cualquier artilugio que sirviera para sonar como lo que no era: de allí salía el perfecto galopar de un caballo, un tiro seco de pistola o un terrible incendio. Y todo envuelto con el poder subrayador y dramático de la música lanzada desde los platos de discos microsurco hábilmente manejados por los montadores musicales, que encontraban el acorde perfecto en el momento haciendo retroceder a mano el giro de aquellos discos negros y brillantes y abriendo, al mismo tiempo que liberaban el vinilo, el canal de mezclas, administrado por enormes potenciómetros giratorios. Así, con la conjunción de voces, planos, ruidos y pasajes musicales, se iba fabricando el producto radiofónico más puro: la dramatización en la radio, que sucumbió a la arrolladora fuerza de la televisión y que nadie supo mantener vivo a pesar de los intentos y de su gran valor expresivo y artístico
Fragmento del radioteatro "La Madre" de J.F.Dicenta.
Voces de Teófilo Martínez y Matilde Conesa. Años 60)
Actores del cuadro escénico de Radio Madrid
Antonio Calderón
El maestro y su preferida
Pero si entonces convivían en los viejos estudios de la SER profesionales tan legendarios como Teófilo Martínez, la ya citada Matilde Conesa o Matilde Vilariño, Manuel Lorenzo (el abuelo Segismundo de la Saga de los Porretas), o Alfonso del Real; la estrella más entronizada era aún la mencionada Juan Ginzo, que –en vías de extinción los dramáticos- había sido reciclada para que su voz se convirtiera en el sello característico de los primeros informativos libres de la SER, especialmente, Hora 25, creado por su admirado maestro Antonio González Calderón, padre del entonces joven periodista Javier González Ferrari. Aún hoy, en un ejercicio muy sabio de la cadena SER de mantener sus señas sonoras de identidad, se puede escuchar como indicativo permanente, la voz de Juana en su inconfundible, “En la Cadena SER, Hora 25”.
Antonio Calderón
Quizá porque algunas voces, como la de ella, pueden tener la virtud de sonar jóvenes, a pesar de pertenecer a una mujer madura, y que hoy tiene casi 90 años. Una mujer encomiable, no solo por su carácter implacable ante el trabajo y su fidelidad a un estilo de radio que no se resignaba a ver muerto, sino por su profesionalidad y rebeldía ante una radio que se trivializaba muchas veces en exceso y a la que amó y ama en profundidad. Juana Ginzo me pareció otra de las personas que se manifestaba como cabía esperar de su voz: sensible, intransigente y nada convencional. Aunque por aquellos finales de los 70 estaba ya al borde de su jubilación, sus andaduras por los pasillos de la radio no pasaban nunca inadvertidos, ni sus pantalones ajustados de flores llamaban demasiado la atención a pesar de ser una persona mayor.
Guillermo Orduna, periodista de radio, blog de actualidad