Mi primera fascinación por la radio la experimenté participando a los 6 años en los concursos radiofónicos donde conocí de cerca la magia del medio

Mi clara vocación convirtió mi etapa de colegial en un tiempo de espera para poder estudiar en la Facultad de Ciencias de la Información donde me licencié en 1979.
Las prácticas las realicé en TVE donde fuí destinado al departamento de Locución, que aún dirigía el mítico David Cubedo.
La carrera profesional la inicié en la radio privada, formando parte del Gabinete de Estudios de la Cadena SER, y colaborando en varios programas de la cadena privada, como "Caja Redonda", dirigido por Joaquin Peláez. Posteriormente trabajé en Radio Intercontinental, la misma radio que había visitado de pequeño, donde puse en marcha el bloque informativo matinal "Madrugando" y tuve el privilegio de poner en antena los primeros espacios informativos de la emisora una vez liberalizada la información en la radio privada.
Aquel receptor de válvulas

Lo recuerdo muy bien. Ocupaba la estantería principal de un mueble bien barnizado, no muy grande, que con el tiempo se había ennegrecido por el calor de las viejas lámparas con las que funcionaba el aparato. A la derecha, el dial, con dos grandes columnas verticales, la de Onda Normal y Corta, sobreimpresionadas en un cristal de color indefinido y brillos dorados por efecto de la lucecita con que se iluminaba tras el encendido: Londres, Nueva York, Paris, Ámsterdam, Tokio... aparecían sobre el dial separados por unos pocos milímetros. Una aguja horizontal de color rojo se deslizaba por efecto de uno de los grandes botones giratorios situados en la parte baja del aparato. Los nombres de las ciudades no coincidían jamás con la sintonia encontrada, pero expresaban el potencial alcance del invento. A la izquierda, una rejilla formada por pequeñas aletas de madera pintada, bajo las cuales surgía a diario la voz atiplada del anuncio del Cola-Cao, las fanfarrias con las que se anunciaban los seriales, el chirriante sonido de los cuentos infantiles que nos proporcionaban notable distracción, aún repetidos casi a diario y que dejaban un rastro de tristeza con aquellas historias ejemplares y dramáticas de Garbancito perdido en el bosque o las pequeñas aventuras del travieso Periquín al que su padre acababa persiguiéndo para darle una buena zurra en cada episodio. Hoy sería denunciado por la justicia y acusado de maltrato, lo que entonces producía, sin el más mínimo atisbo de escándalo, sonrisa y escarnio de la millonaria audiencia de la radio de los 60.
Fuera como fuere, todos aquellos programas, aquellas voces, las orquestaciones de Ray Conniff o Percy Faith empastadas en las guías comerciales; la presencia continua del timbre de voz de los locutores, tan familiares como las voces de casa; el chorro de imágenes que se fabricaba en nuestras cabezas a partir de aquellos sonidos, eran el fenómeno más mágico y creativo experimentado en mi vida, y me permitian descubrir la atracción que me producía aquella forma de comunicación en la distancia.
Imaginaba que los locutores eran una cabezas parlantes que estaban dentro de la caja del la vieja radio y como fondo , tal si hubiera una especie de forillo de títeres, iban cambiando los paisajes y los colores de todo aquel mundo que solo podíamos recibir entonces, a través de la radio. Recuerdo a la familia acomodada en sillas, como formando un corro alrededor del viejo receptor Invicta para escuchar en la SER, "Ustedes son Formidables" , El show de Pepe Iglesias "El Zorro" o las tardes de Elena Francis y los programas infantiles de Radio Intercontinental. Probablemente era la manifestación artística, el fenómeno comunicativo más intenso que podíamos disfrutar en aquella España de plenofranquismo que, alcanzado cierto desarrollo, permitía a la clase media adquirir una de aquellas radios -mueble, como electrodoméstico símbolo de un nivel de progreso y acomodo.
Una vez, recuerdo, vino un guardia a casa y se llevó aquel voluminoso aparato como embargo por una multa no pagada de mi padre. Afortunadamente papá pago pronto la sanción y el viejo Invicta con todo su río de sonidos regresó pronto a casa. Para mí, la radio, era la vivencia más intensa, la más estimulante, y desde muy pequeño, no tuve duda que mi vida estaría unida a la radio y que yo tenía que formar parte de ella.
Así que, la puerta por donde pude entrar a aquel mundo fue la de un concurso para niños, al que, previa compra en Joyería Infantil, Montera 7, tenías derecho a asistir rellenando un cupón que, recuerdo, incluía las fotos de los ídolos de los niños de aquella época: Fernando Forner y Josefina Rizo, presentadores de "La Hora Infantil". Y allí puse mi nombre varias veces y varias veces tuve la fortuna de poder acudir a los estudios de Radio Intercontinental, entonces situada en la calle Diego de León 50.
La emisora estaba instalada en uno de aquellos palacetes que abundaban por la zona noble de Madrid, hoy casi todos desaparecidos. El de "La Inter" estaba situado en el solar donde se levanta hoy el edificio que ocupa la Confederación de Empresarios, la CEOE, esquina a la calle General Mola (hoy Príncipe de Vergara)
Mi madre me llevaba a la emisora cuando me había tocado asistir al programa, como quien debe acudir a un acontecimiento excepcional, vestido de domingo, y con la ilusión en los ojos y en el alma por poder adentrarme en la realidad de aquel mundo mágico de sonidos y voces que recibíamos en nuestra propia casa, pero que se fabricaba allí, en aquel palacete decimonónico.
Al llegar a la entrada, la primera extraña sensación era el sonido de nuestras pisadas sobre un suelo de piedrecillas que cubrían los caminos del jardín de acceso a una amplia escalinata. Como si fuera a empezar una narración radiofónica y comenzaran a sonar los primeros efectos.
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