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7.-Aquellas campanadas

No puedo dejar de contar aquí algo que, rememorado así al cabo de los años, puede calificarse de anécdota, pero que cuando lo viví supuso un momento de angustia que no volví a experimentar más que en alguna pesadilla a lo largo de mis años de trabajo en la radio, siempre atado al reloj y pendiente de los segundos que quedan para salir a antena. Se sueña muchas veces -por lo menos a mí me ha pasado- que no llegas al estudio a la hora mientras suenan las señales horarias, o que pierdes el guion por el camino y te quedas en blanco ante el micrófono.




Me gustaba y me ha gustado siempre, seguramente por ese control del paso del tiempo que adquirimos los de la radio, llegar a los sitios con el margen suficiente para no perder el aliento y los nervios, antes de entrar al locutorio. Una de aquellas madrugadas en que debía trasladarme desde mi casa, cerca del estadio Vicente Calderón, hasta la radio, situada a la altura de Ríos Rosas, sufrí lo que a cualquiera le pasa alguna vez: que te duermes o el despertador te juega una mala pasada. Cuando me desperté, debían de ser cerca de las seis de la

mañana, la hora en que tendría que estar en directo, y tras sonar el Himno Nacional y la sintonía de la emisora, dar la hora, el santoral y el tiempo; antes de dar comienzo a la programación. Me quedaban solo unos pocos minutos para vestirme arreglarme y llegar a la emisora. Menos mal que entonces no había radares como ahora, pero con una Castellana casi solo para mí y ante las circunstancias, imagínense a la velocidad que iba yo en aquel coche. La anécdota no deja de ser corriente. Uno llega tarde al trabajo alguna vez, pero imaginen lo que iba sintiendo mientras por la radio, que no pude evitar sintonizar, iba escuchando repetidamente el inconfundible indicativo con cuatro toques de campana y la voz que dice: “Aquí, Radio Intercontinental, Madrid”.



  Indicativo histórico de la emisora


Lo iban radiando una y otra vez entre disco y disco, sin que nadie –o sea yo- saliera al micrófono a decir nada. Era la evidencia de mi descuido y el grito implacable de la radio, diciendo... ¡ aquí no hay nadie! Nunca más he llegado tarde a un programa en directo en 30 años de profesión.




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