En 1994 el grupo socialista del Parlamento europeo significaba el 35 % de la cámara, hoy solo ocupa el 25 % de los escaños. Los partidos socialistas de Francia, el laborismo en Gran Bretaña y los socialistas españoles o griegos, eran el centro de la vida política y los grandes motores de las reformas sociales y los avances democráticos.
Hoy, empezando por la debacle del socialismo italiano de Craxi que acabó escondido en Túnez en los años 90 después de haber asesinado a su propio partido situándolo en el centro de una corrupción institucionalizada, los partidos socialistas europeos han ido perdiendo apoyo electoral a un ritmo alarmante.
En plena campaña para las primarias socialistas en España, asistimos a un debate entre quienes quieren que el PSOE se mueva hacia nuevas posiciones y revise sus errores y quienes creen que anclar el partido a los valores de siempre les salvará de la quema. Es decir, simplificando mucho, las posiciones respectivas de Pedro Sánchez y Susana Díaz. Al primero se le acusa de cambiar continuamente sus ideas sobre el esquema territorial de España y sus políticas de pactos con Podemos, y no es una acusación sin fundamento. A la candidata andaluza se le tacha de agarrarse al aparato y no ofrecer ideas ni propuestas políticas, más allá del "quiero ganar, me gusta ganar"
Entre las dos ofertas políticas creo que sería menos irresponsable quedarse con quien ofrece ideas, posiciones, aunque sean cambiantes, que no con quien solo asienta su valía en haber ganado (relativamente) en Andalucía, porque necesitó el apoyo de IU primero, luego cambiado por la moderación de Ciudadanos, para poder gobernar.
Se trata de sostener a un Partido Socialista avalado por el pasado y sus indudables avances impulsados por un Felipe González entonces a la vanguardia de la acción política y de la progresía española, hoy convertido en un símbolo del conservadurismo empresarial y de la prudencia injustificable ante cualquier cambio o modificación en los esquemas del poder que se salga de la ortodoxia económica y de los pilares tradicionales del poder: empresa, partidos tradicionales, grupos de presión. Un Partido Socialista sobrepasado por la evolución de las propias sociedades europeas tras la crisis y que se retrató a sí mismo urdiendo las tretas para acorralar a su último Secretario General, obligándole a dimitir, aun sabiendo que fue elegido por la militancia y que contaba , y cuenta -como se ha visto- con un sólido apoyo a día de hoy.
He escuchado a la lideresa sevillana alardear -frente a los bandazos de Sánchez- de que ella siempre dice lo mismo. Ayer, hoy y mañana. ¿No será ese el problema por el que se han hundido los partidos socialistas europeos? ¿No será que ante nuevos retos y problemas hay que ofrecer soluciones distintas aún a riesgo de equivocarse, o de parecer dubitativo? Quizá los militates socialistas tengan que elegir lo menos malo. Pero sí deben pensar que o cambian o les cambian. Es decir les ignoran, que es lo que ha pasado con sus vecinos socialistas franceses.