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  • Guillermo Orduna

Camisa de cuadros en el Congreso


La irrupción de la nueva política (?) en el Parlamento inundó de esperanzas a muchos, convencidos de que ahora sí, se iba a poder avanzar con eficacia y nuevos modos políticos hacia las aspiraciones de la mayoría, sobre todo de los más castigados por la política económica sin escrúpulos practicada por la derecha. Y proliferaron los "sin corbata", los vaqueros, los peinados informales y las camisas de cuadros. Es decir, la gente normal estaba representando a la gente normal y eso ya era un signo de revolución. Pero después de la experiencia del "sin gobierno" que ha durado un año, y del arranque anodino de una legislatura que ha logrado pocos objetivos y mucho acercamiento de un maniatado PSOE al PP, las miradas se centraban en los "nuevos". Para el sector conservador la novedad es Ciudadanos y Albert Rivera, cada día más inoperante en un Parlamento donde ha sido utilizado para abrir la puerta a Rajoy, que le ha arrojado a la papelera como clínex, una vez cumplida su misión.

Y para los votantes de izquierda, huérfanos de líderes y proyectos (El PSOE hundido por el fuego interno e IU absorbida por Pablo Iglesias), la única alternativa que emergía era Podemos. Pero hablar de Podemos, es hablar de un partido controlado y dominado por su líder, que despierta tantas aversiones como adhesiones hacia su omnipresente figura. El fundador se ha convertido hoy por hoy, en el principal problema para el asentamiento del nuevo partido al que con tanta eficacia dio vida Pablo Iglesias. Su autoritarismo probado (caso Sergio Pascual; listas plancha, apoyo sin escrúpulos a candidatos internos como Espinar, ceses y purgas soterradas, cambios de las reglas de juego de un congreso a otro...) amenaza con hundir el proyecto y alejarlo definitivamente de las opciones de los votantes. Si como parece sigue utilizando su indudable inteligencia para buscar estrategias que le mantengan en el poder y la gloria y le sigan permitiendo saciar su innegable afán de protagonismo, aun a riesgo de aparecer zafio, desabrido y excesivo en muchas de sus intervenciones en la tribuna del Parlamento, logrará el hartazgo de los potenciales votantes. Se pueden mostrar los cuadros de la camisa en la tribuna de la representación popular (incluso es sano y rompedor no seguir pretendiendo hipócritamente que la respetabilidad política sole existe tras el nudo de una corbata), pero no parece de mucho nivel , citar series televisivas por mucha calidad que tengan, aludir a programas de televisión, esgrimir el insulto y la descalificación, abandonar el hemiciclo como quien sale del saloom y convertir la dialéctica parlamentaria en un juego de habilidades para salir airoso frente a los otros cubriendo su propio orgullo y olvidándose de hacer política. Si Pablo Iglesias sigue en esa línea ganará y aplastará a Errejón, y será aclamado por los que le rodean alimentando el mito, pero el proyecto esperanzador de Podemos se habrá quedado en un intento, y quizá obligará a Iñigo a encabezar otro proyecto que ofrezca a los votantes de izquierda una nueva alternativa para tanto huérfano ante las urnas.

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