Roma, tarde del sábado del 23 de mayo de 1992. En mi casa-corresponsalía de la calle Archimede nos preparábamos para salir un rato en familia. Quizá un paseo por los jardines del Pincio o a Piazza Navonna y tomar un helado en Giolitti.

El corresponsal, siempre pendiente, tiene la tele encendida mientras se arreglan las chicas para salir. De improviso la fanfarria del TG-1, el telediraio de la RAI suena estridente, y la pantalla muestra una cabecera especial del telediario en colores rojos: Notizia d'ultima ora": Il Giudice Giovanni Falcone è stato ucciso a Palermo".

Una bomba de gran potencia activada a distancia había acabado con la vida del mayor luchador contra la mafia, que en los últimos tiempos había hecho aún  más implacable su acción contra los crímenes de Cosa Nostra. Los atacantes habían ocasionando desperfectos en un área de unos 50 metros. Los heridos son por el momento veinte, y siete los vehículos afectados. Mueren su esposa y tres escoltas junto con el magistrado.

   El impacto en Italia es enorme, sobre todo por el momento de grave crisis que vive el país sin jefe del Estado desde hace casi un mes y por tanto sin un gobierno que debería haberse formado tras las elecciones del  6 de abril anterior. En el Parlamento está pendiente la decimo sexta votación sin que se alcance el consenso para elegir a a un nuevo Presidente en el país europeo políticamente más inestable.