Lo impensable ya se ha producido. Casi un año sin que la clase política haya comprendido que es indispensable el acuerdo para que haya un gobierno. El enrocamiento frente a la cesión. Las declaraciones y apariciones públicas, frente a la negociación y el acuerdo.
Definitivamente los políticos españoles suspenden en capacidad de diálogo, en la habilidad de la negociación, es decir, en política. Solo son capaces de aprobar las asignaturas fáciles: cuando las mayorías son claras y solo hacen falta cuatro votos para una investidura, pero cuando el electorado en un momento de convulsión y cuestionamiento de la forma de administrar un país, cambian sus opciones políticas y las reparten entre quienes consideran más capaces de encontrar soluciones a los graves problemas que nos envuelven, los partidos y sus dirigentes no saben desprenderse de las ataduras a las que sus propias organizaciones les someten, y no alcanzan a comprender algo tan sencillo como la teoría del denominador común, del punto intermedio, en definitiva, del consenso.
Está claro que es tan legítimo un gobierno del PP como partido más votado con los apoyos y acuerdos necesarios, como un ejecutivo fruto del entendimiento y apoyo de los partidos de izquierda y oposición al Partido Popular si fueran capaces de buscar puntos de acuerdo y de prescindir, demorar o consensuar las cuestiones que les separan.
Mientras el cálculo de las propias perspectivas de partido y las personales predominen sobre el interés general de España, que faltando a la verdad, todos dicen defender; no solo seguiremos sin gobierno, sino que iremos a unas terceras elecciones que supondrán un nuevo salto cualitativo en el resultado electoral del partido preponderante y por tanto un resultado adverso para el resto
Quiero creer como cierta la afirmación categórica de Pedro Sánchez un día después de las elecciones del 26-J, de que “no iremos a terceras elecciones”. Y quiero saber cómo lo va a hacer, porque últimamente juega al despiste o está despistado. Lo que sí es cierto es que ya tenemos el retrato definitivo de nuestros políticos, y la verdad, deja mucho que desear: no aparecen nítidos, ni están enfocados. La imagen rayada y se les ve saturados y casi siempre con falsa sonrisa para la foto. Son de muy mala calidad.