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  • Guillermo Orduna

La autodestrucción de Podemos


La trayectoria de Podemos puede quedar escrita en la historia de la Politología como ejemplo de un proyecto político de implantación espectacular pero de vida efímera. Es tal el cúmulo de contradicciones en las que está incurriendo el partido de Pablo Iglesias que ya es difícil que pueda sostener como creibles los principios de horizontalidad que preconiza, mientras controla cada vez más desde lo más alto de su descarada verticalidad de poder. Los síntomas de autoritarismo de su Secretario General ya no ofrecen lugar a dudas y mientras aduce que las dimisiones de 10 dirigentes de la formación en Madrid han dañado al partido, depura de manera fulminante a su número tres y Secretario de Organización Sergio Pascual, produciendo una herida en su propio partido de mucha mayor profundidad.

La fuerte personalidad y la impronta de Pablo Iglesias sobre su partido hacia el que ejerce una presión y control absolutamente centralista, se une a su estilo pretendidamente rompedor de actuación política , por ejemplo en las pretensiones de formar parte de un gobierno, antes de acordar las bases y contenidos de ese posible ejecutivo con otros partidos de la izquierda. Iglesias se sitúa sin tener credenciales para ello en el centro de gestación de ese acuerdo: lo clasifica en la categoría de gobierno de coalición ("a la valenciana", repite machaconamente sin considerar que en Valencia, Podemos ni siquiera integra el Gobierno del PSOE y Compromis,

sino que lo apoya simplemente). Se autoproclama "vicepresidente" y se arroga la representación de Izquierda Unida, a la que sigue ninguneando cruelmente, intentando capitalizar su millón de votos.

Las disensiones en Podemos y el autoritarismo y prepotencia de su líder están siendo ya evidentes para la ciudadanía y por tanto se reflejan en las encuestas. Sería el momento de echar el freno a una deriva en la nueva formación sobre la que tantas esperanzas cifraron 5 millones de españoles, o podemos asistir al derrumbamiento más espectacular de un partido en la historia de la política occidental de los últimos decenios. Y todo por la irrefrenable actuación de su propio creador que se mueve entre una intelectualidad de progresismo trasnochado, una radicalidad innecesaria en ocasiones y un neohorterismo mediático fuera de lugar. Puro narcisismo político, en el que el "hacedor" puede convertirse en destructor.

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